En Sepia y Blanco y Negro V

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1970 Una riada, una noche

Lo que sigue a continuación es una historia cierta, experiencias de sol y viento de levante, recuerdos en sepia y blanco y negro que se alimentan del ayer. Un ayer tan cercano y a la vez tan lejano. 

Este post está dedicado especialmente a Gelita, una tarifeña que nació en otro sitio 

La verdad es que no tengo ninguna fotografía adecuada para ilustrar este post así que después de darle muchas vueltas he optado por una imagen bajada de Unsplash. 
 
No es mi intención narrar temas tristes, pero la verdad es que Gelita me hizo pensar en la Riada al preguntarme si sabía algo de ella, así que pensé que, al menos por una vez, también era obligado comentar algo sobre las cosas tristes que también viví en aquella época. 
 
Yo no recuerdo cuantos días estuvo lloviendo, sólo tenía 13 años y no me ocupaba demasiado en llevar la cuenta de los días de lluvia o sol, pero fueron varios, lloviendo con fuerza, con rabia, casi con saña. 
 
Por aquel entonces mi padre ya no tenía el bar Pasaje, que había traspasado a los Villanueva que ubicaron allí un almacén de muebles. 
 
Mi padre se dedicaba en ese momento a las representaciones comerciales, tenía la venta exclusiva de varios productos y un almacén desde donde vendía vinos al comercio y los bares y además vendía frutas y verduras a los comerciantes del mercado y las tiendas, productos que llevaba a Tarifa después de haberlos adquirido, básicamente, en una cooperativa agrícola de Conil de la Frontera. 
 
Yo acostumbraba a acompañar a mi padre, cuando no me lo impedía el instituto, por las tardes a la citada cooperativa y aquella tarde en concreto se nos unió mi hermano Felipe, que a la sazón efectuaba el Servicio Militar Obligatorio, o sea «la mili» de toda la vida, en la Isla de las Palomas. 
 
Como había ido voluntario por aquello de elegir destino, una vez pasado el periodo de instrucción en Cerro Muriano (Córdoba) le fue dado destino en la Isla. Una vez allí solicitó, y le fue concedido, el «pase de pernocta», que le permitía   acudir al cuartel por las mañanas y, creo que, a la hora de comer se venía para casa y ya no volvía hasta la mañana siguiente. 
 
Así que aquella tarde, azotados por una lluvia abundante y constante nos dirigimos a Conil. 
 
Al pasar por la laguna de la Janda, ya desecada, vimos como el agua había vuelto a su lugar y el paisaje era como debería ser antes de la desecación… y como debería ser hoy en día si se impusiera el sentido común sobre los intereses económicos. 
 
Todo el lateral derecho de la carretera se presentaba cubierto de agua excepto en unos ocho o diez metros que habían aprovechado los toros de la ganadería que se ubicaba allí, para ponerse a salvo, en algunos casos los animales incluso se tenían que quedar pegados a la valla que cerraba la finca y la separaba de la carretera ya que ni tan siquiera esos ocho o diez metros estaban disponibles. 
 
Cuando volvíamos, ya de noche, nos vimos sorprendidos por una larga fila de camiones detenidos en la carretera, poco después de pasar el puente sobre el río del Valle, así que nos detuvimos y, supongo, mi padre o mi hermano no se, bajó del coche (en aquel momento ya no llovía) y preguntó que pasaba al ver que el tráfico no avanzaba. 
 
Al cabo de un momento volvió y nos anunció que la carretera estaba cortada debido a un deslizamiento de tierra que había socavado el firme de la carretera, nos acercamos a ver y lo que teníamos delante era un auténtico río que cruzaba la carretera y que además comenzaba a desbordarse ocupando parte del carril izquierdo de esta que quedaba un poco más bajo que el derecho. 
 
Volvimos al coche y mi padre maniobró y buscó resguardo junto a las ruedas traseras derechas de un camión que teníamos delante con el ánimo de que si había una avalancha de agua el mismo hiciera de dique y evitara al menos la primera embestida del agua que, a buen seguro, habría arrastrado el coche con nosotros dentro. 
 
La situación fue muy delicada durante bastante rato porque el carril izquierdo de la carretera quedó totalmente cubierto por el agua que corría con fuerza, es decir disponíamos de una estrecha franja de carretera rodeada totalmente por agua, porque por la parte de la derecha el campo era una laguna en su totalidad, delante la carretera cortada y, al parecer el puente sobre el río del Valle, a nuestra espalda, estaba totalmente impracticable. 
 
Estuvimos allí varias horas hasta que pareció bajar el nivel del agua a los lados del coche, entonces nos acercamos al corte de nuevo y vimos como la carretera había desaparecido en un tramo de varios metros, al menos diez o doce y, al bajar el agua, había quedado al descubierto un enorme agujero como de un metro o metro y medio de hondo con un riachuelo de agua que aún discurría por el fondo. 
 
Mi hermano, que tenía que ir a la Isla a primera hora de la mañana, decidió que tenía que cruzar, ya que el pase de pernocta no le permitía abandonar la ciudad, por lo que se enfrentaría a un, probablemente severo, castigo si no se presentaba a la mañana siguiente en el cuartel. 
 
Antes de ocuparme de su odisea aclararé que cuando el agua bajó del todo, los camioneros fueron echando piedras al agujero y colocándolas a modo de rampa en ambos lados para intentar cruzar. 
 
Empezaron a hacerlo y cuando nos tocó a nosotros el turno le preguntaron a mi padre si se atrevía, él dijo que sí y, ayudado por los camioneros que casi levantaron en vilo al pobre R4 pudimos seguir camino hasta Tarifa, ni que decir tiene que el espectáculo a lo largo de la carretera era dantesco. 
 
La venta de Relinque, en el cruce de la carretera de la Luz era un desastre, con todo destrozado, incluso los postes de la gasolinera que había allí entonces. 
 
Según nos enteramos después tuvo que ir una lancha de la marina a rescatar a la familia, que vivía en el piso superior de la venta. 
 
El resto de la carretera estaba regado de restos vegetales y de todo tipo que el agua había arrastrado, no obstante, pudimos llegar a Tarifa con normalidad. 
 

Ahora vamos con mi hermano. 
 
Al otro lado de la carretera, un camionero había decidido, ante el corte de la carretera, volver hacía Tarifa e intentar seguir su camino por otra ruta y mi hermano le pidió que lo llevara hasta Tarifa, a lo que el otro accedió. 
 
Cuando llegaron al río Jara se encontraron con que la carretera había desaparecido totalmente bajo el agua del río y que una pareja de la Guardia Civil les cortaba el paso, no obstante, el camionero habló con ellos y les dijo que no le quedaba más opción que seguir camino (supongo que debía llevar productos perecederos), ellos le dijeron que si seguía era bajo su responsabilidad, el hombre estuvo de acuerdo y le preguntó a mi hermano si seguía con él o prefería quedarse con los guardias. 
 
Mi hermano contestó que se apuntaba, así que, a un paso extremadamente lento, con el agua a más de media rueda del camión y confiando en el conocimiento de la carretera que parecía tener el camionero consiguió llegar a Tarifa y, por añadidura tranquilizar a mi familia que no sabía nada de nosotros desde la tarde. 
 
No recuerdo que hora era cuando finalmente llegamos a casa, pero calculo que entre las dos y las tres de la madrugada. 
 
Estábamos en un tiempo en el que las noticias se conocían bastante después de que las cosas hubieran ocurrido, no como ahora que tenemos información casi en tiempo real, es decir, ni nosotros sabíamos nada de lo que había ocurrido en Tarifa ni mi familia sabía nada de nosotros. 
 
Según nos contaron al llegar parece ser que mi madre y mi tía se pasaron una buena parte de la noche en la puerta de la calle, inquietas por no tener noticias nuestras y en un momento dado, creo que, sobre las diez de la noche, empezó a salir gente por la Puerta de Jerez procedentes de la parte baja del pueblo. 
 
Comentaron entre ellas que la gente parecía estar loca, ignorando por completo lo que había pasado abajo, porque pensaban que las personas que subían por la Puerta de Jerez venían del cine «la gente está loca, ir al cine con la noche que hace ¡y además con los niños!» fue, más o menos, el comentario. 
 
Hubo, por supuesto, muchos incidentes, me atrevo a decir que uno por cada afectado. pero me limitaré a intentar narrar los que me oí o me contaron. 
 
El bar de Morilla (al que recuerdo cuando era dependiente en Casa Villanueva) tenía dos puertas, cada una de las cuales daba a un lado de la esquina que forma el bar, una en el lado de la calle que queda un poco antes de llegar a la Plaza de los Caídos, actual de Oviedo, y la otra a la calzada en su tramo principal, eran puertas estrechas, no como los grandes ventanales que ahora tienen las fachadas. 
 
Frente a la puerta que daba a la Plaza de los Caídos hay un carrillo. Pues el agua que apareció como una ola inmensa después de romper el muro del Colegio del Retiro, lo arrastró y, rompiendo la puerta, lo introdujo en el bar, mientras que dentro arrancó el mostrador y lo sacó a la calle por la puerta de la Calzada. 
 
Hay que reseñar que ambos tuvieron que ser desmontados para hacerlos pasar por la puerta de nuevo, porque enteros no fueron capaces de hacerlo 
 
Un camión (de aquella época, ahora no sería más que un furgón) frigorífico fue navegando por un buen tramo de la Calzada con un Seat Seiscientos colocado en el techo por el agua, hasta llegar al cine Punta Europa, o cine de verano, donde actualmente está el restaurante La Palmera, donde los empujó por la calle Batallón de Inválidos hasta dejarlos aparcados delante del Bar de Antonio el Conilato. 
 
Mi tío Perrachica, como ya he comentado en otra ocasión, tenía la barbería frente a la puerta del Hospital, actual Asilo de Ancianos, pues bien, las puertas y creo recordar que los sillones de barbero también, fueron arrastradas por el agua y recuperadas al día siguiente en la playa Chica. 
 
Recuerdo que uno de los coches que se llevó el agua fue un Renault 4/4 que era de un chico joven… ¿Pereita? no estoy seguro, que después de limpiarlo y repararlo lo pintó de un color azul, bonito, pero, extremadamente chillón, además lo pintó a brocha por lo que si te acercabas veías los brochazos, recuerdo que me llamaba mucho la atención. 
 
Al día siguiente bajé a la Calzada, todo estaba destrozado, la imprenta de Rufo, el Bar Central, la Pastelería de Bernal, la Iglesia de San Mateo, las farmacias Central y la de Checa, el estanco de Pablo Manso, las Galerías Villanueva, los Tejidos Trujillo… todo era un amasijo de muebles, telas, papel todo mezclado con barro fresco… un paisaje desolador… un suceso que destrozó vidas y hogares y que, por suerte, no se llevó ninguna vida, pero que marcó de alguna manera a todos los que lo vivimos. 
 

Placa situada en la Iglesia de San Mateo

He buscado en las hemerotecas de diferentes diarios por ver si podía conseguir algo más de información, pero, al parecer, fueron unos días de inundaciones y riadas por toda España, desde Bilbao a Sevilla y, claro, las noticias se centraron en las capitales y ciudades grandes como las nombradas o Algeciras, que también se llevó lo suyo. La riada de Tarifa tan solo se mencionaba y muy de pasada en el ABC de Sevilla.

Reseña de la riada en el ABC de Sevilla
Ampliación de la reseña

Siento haberme puesto triste

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