En Sepia y Blanco y Negro VIII

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Música, siempre Música

Lo que sigue a continuación es una historia cierta, experiencias de sol y viento de levante, recuerdos en sepia y blanco y negro que se alimentan del ayer. Un ayer tan cercano y a la vez tan lejano. 

El grupo Dirección Prohibida, en el que mi hermano tocaba la guitarra baja

Me contaba mi madre que siempre le había gustado la música de banda. En Ayamonte, su pueblo natal, había una y a ella le gustaba ir al Paseo o a La Laguna, no recuerdo bien, a oír la música los días en que había concierto. 

 Cuando se trasladó a vivir a Tarifa siguió con la costumbre, ya que la banda de música de Tarifa daba conciertos en la Alameda, ignoro si era algo habitual o por el contrario eran actuaciones esporádicas, lo cierto es que la tradición musical a Tarifa le viene de antiguo. 
 
Yo también recuerdo la banda de música en Tarifa, desde siempre, recuerdo como acompañaba con su saber hacer a algunos pasos de la Semana Santa, aunque para eso, es justo reconocerlo, como las bandas de cornetas y tambores del ejército nada.   

Lo cierto es que Tarifa es la ciudad más musical que conozco y la década de mil novecientos sesenta, que fue inconmensurable a nivel global, la década prodigiosa la llaman algunos, para Tarifa fue un despertar a muchas cosas, como en muchos otros lugares. 
 
En Navidad en mi casa se cantaba (entre otros) un villancico que le gustaba mucho a mi abuelo y que era el «madre a la puerta está un niño» pero yo recuerdo una parte de un villancico muy tarifeño que decía: 

Alevantate Manué 

Alevantanté Manué 

y ponte la ropa agua 

ah ah ah 

y ponte la ropa agua 

Que la noche estamuoscura 

que la noche estamuoscura 

y vacaé mucha agua 

ah ah ah 

y vacaé mucha agua 

 
villancico marinero donde los haya.  

Decía yo en el post VI de esta serie que creía que a Jesús Serrano y mí nos entró la fiebre de la música en nuestras excursiones dominicales con padres y hermanos a la playa, y es que era difícil  abstraerse a la tormenta que provocó la fiebre musical de esa década, en la que a nuestros hermanos mayores les hervía la sangre, como a medio mundo, en deseos de cambio, de (eso no lo podían decir en voz alta pero yo creo que era así) libertad y de inconformismo. 

 Hay quién dirá que se hizo mucha música mala en esa década, y es cierto, pero también se hizo mucha música buena y, sobre todo, yo creo que hay que mirarla como el movimiento social que propició, aires de libertad, no solo en España que falta hacía, sino para todo el mundo, fue un momento donde la gente joven empezó a acortar las faldas y alargar los pelos. Para la juventud fue el principio para empezar a pensar de forma diferente a sus padres, la oportunidad para tener una voz propia y decidir por sí mismos. 

 Por entonces se empezaron a ver los primeros tejanos, probablemente traídos desde Gibraltar, las chicas acortaron sus faldas y los chicos se quitaron la corbata, empezaron a surgir grupos de amigos mixtos. Para quién no vivió esa época parece algo baladí, pero creedme si os digo que no lo era. 

Recuerdo, como un sueño estar en el bar con mi padre y ver aparecer mi hermano Felipe, que a la sazón no contaría más allá de dieciséis o diecisiete años y yo no más de siete u ocho, a buscarme porque en el Liceo que estaba o está, ignoro si sigue existiendo, al lado del Casino, iba a haber un festival de música y venía a buscarme para llevarme. 

 Yo creo que no tenía muy claro que era aquello de un festival, pero me fui con él. No recuerdo que actuaciones estelares hubo, bastante tengo con recordar que el hecho sucedió, pero sí recuerdo, es curioso esto de la memoria, a mi hermano cantando a capela con dos o tres amigos más, todos apelotonados delante de un único micrófono, como era costumbre en la época,  no se si por carencia de dichos artilugios o por moda, porque también lo hacían los Beatles y a esos no creo que les faltaran micros. 

 Y voy más allá, recuerdo que cantaron una canción en la que el estribillo era «tururururú» y que es lo único que recuerdo del evento, aparte de la tonada del propio tururururú.  

Confieso que he tenido que buscar profusamente hasta averiguar que el tal «tururururú» partía de una canción infantil, sin origen conocido que adaptó, para la moderna discografía, uno de los mejores grupos musicales que ha habido en España, los Pekeniques, y lo publicó bajo el nombre de «La Tía Vinagre», contra el tradicional de «ya se murió el burro» 

Los Pekenikes fue un grupo instrumental que dejó grandes composiciones como Hilo de Seda  y grandes adaptaciones como «Sombras y Rejas», basada en la composición de Isaac Albéniz «Asturias»  

En este link podéis oír la versión de Los Pekenikes de «La Tía Vinagre» y en este otro podéis encontrar información muy interesante y extensa sobre El Liceo, publicada por Al Qantir en el año 2008. 

En Tarifa los años sesenta fueron pródigos en grupos musicales, evidentemente de música pop, llamada entonces música «moderna» y yo evidentemente no los recuerdo todos. De hecho solo recuerdo a Los Cisnes Azules, como no podía ser de otra manera, a Dirección Prohibida porque en él tocaba mi hermano y a Los Beatos de los que, aparte del nombre, no recuerdo nada más, bueno, ahora que estoy haciendo una revisión de este texto me viene a la cabeza un chaval, amigo de mi hermano Rafael, que era paralítico, y que, si no recuerdo mal, se apellidaba Segura y que creo que tocaba la guitarra en Los Beatos. 

Los cisnes azules

Eran grupos de chavales de entre dieciséis y veinte años que se juntaban para hacer algo que les gustaba, recrear los éxitos de los grupos del momento, normalmente a través de versiones de Los Sirex, Los Mustang o algún otro grupo famoso del momento. 

 Algunos de esos grupos se formaban, aunque pueda parecernos curioso, en la Iglesia, bajo el paraguas de algunos curas que empezaban a hacer notar que algunas cosas estaban cambiando en la Iglesia, de eso hablaré en otro post, y ensayaban en los locales parroquiales de San Mateo o San Francisco, lugares que también acogían guateques, a los que yo nunca fui porque era demasiado pequeño. 

Ese era el caldo de cultivo en el que Jesús y yo nos vimos inmersos con doce o trece años,  ya que los dos teníamos hermanos mayores miembros de esos grupos, y pasábamos horas hablando sobre la forma de recrear tal actividad y disfrutar lo mismo que parecían disfrutar ellos. 

Como me decía Jesús hace unos días, él recuerda que nos sentábamos durante horas en el patio de mi casa y tratábamos de recrear esas canciones de las que poco o nada recuerdo, excepto un par de ellas como «Noches de Blanco Satén» o «Sugar Sugar» yo, con mi guitarra, instrumento que había llegado a casa unos Reyes como regalo para los tres hermanos, o con una guitarra que apareció un buen día en casa, ignoro su procedencia, y que tenía como particularidad el estar pintada de forma multicolor y a la que habían cambiado las cuerdas y le habían puesto unas metálicas de guitarra eléctrica, aquella era lo más, aunque sonara con el culo y se le estuviera levantando el puente por exceso de tensión. 

 Jesús tenía menos suerte que yo porque a él lo que le gustaba era la batería y una batería estaba total y absolutamente fuera de nuestro alcance, como ocurría con los amplificadores y los micros. 

Entonces no era nada fácil hacer música y menos con doce o trece años. 
 

Dirección Prohibida

Yo, por mi parte recuerdo también «ensayar» en su casa, en el dormitorio de los hermanos, una habitación grande con varias camas y creo recordar que también utilizamos un local que estaba en la calle La Fuente en el que nos reuníamos y compartíamos cosas con otra gente con las mismas aficiones. 

Al «grupo» se unió también su hermano Juan Carlos, que era algo mayor que nosotros, en calidad de cantante.  
 
Recuerdo que le recriminábamos que, a veces, cantaba fuera de tono (ninguno de nosotros era demasiado bueno, por cierto) a lo que él respondía inequívocamente «eso lo arregla el micrófono» ¡bendita inocencia! 

Las tardes de verano se nos pasaban, a Jesús y a mi, en «El Hogar del Camarada», lo que actualmente es La Casa de la Juventud en el Miramar, allí ensayaba Dirección Prohibida, y nosotros nos machacábamos las piernas con las manos siguiendo el ritmo de la batería, que tocaba Ildefonso Sena o seguíamos con los ojos muy abiertos, las acciones tendentes a enchufar un micro, conectar una guitarra a un amplificador o instalar un equipo de voces. Se nos caía la baba y lo pasábamos genial. 

En esa época alguno de mis hermanos trajo a casa un tocadiscos, uno de esos que era como una maleta y tenía el altavoz (solo uno, no en balde eran monoaurales, lo del stereo aún no era corriente) en la tapa, y un disco, solo uno, «La Paloma» de Joan Manuel Serrat. No se como no lo rayé de tanto ponerlo, no me cansaba de oír una y otra vez la misma canción. 

La música era algo mágico y los músicos nuestros héroes. 

 Luego vino mi partida y el tema de la música quedó bastante en suspenso para mí, un cambio de cultura, de ambiente, nuevos amigos, era difícil. Adeás los setenta no fueron, al menos para mi gusto un prodigio en cuanto a buena música. 
 Antes de irnos de Tarifa mis padres habían comprado una radio nueva, un transistor como lo conoce todo el mundo, que había sustituido a las grandes y pesadas radios de madera, que funcionaban con válvulas y había que esperar a que se calentaran antes de oírlas. 

No era exactamente este modelo, pero si el mismo tamaño y la misma marca, Dewald  

Era un aparato pequeño, de plástico rojo y blanco que sintonizaba tanto la onda media como la onda corta (la actual FM) si es que hubiera habido emisoras en dicha frecuencia. 

En ella escuchaba por las tardes a Eduardo Sotillos, el que luego fue portavoz del gobierno de Felipe González, en su programa «Para vosotros jóvenes» (confieso que he tenido que buscar el nombre del programa porque no lo recordaba), un programa para gente joven donde se hablaba y se escuchaba música joven, discos venidos de las mecas de la música de entonces, Estados Unidos y, sobre todo, Inglaterra. 
 
Pero tengo que reconocer que la música de esa época no me provocaba ningún tipo de sentimiento o sensación. 

Cuando al cabo de los años cuando volví a Tarifa, de vacaciones, el pueblo estaba inmerso en la revolución de supuso la afición por la música folk. Grupos como Romancero Viejo, con Gaspar Luna, Ignacio Vinuesa (que sustituyó a mi hermano Rafael en Dirección Prohibida tocando el bajo) y creo recordar que Pedro y Loli Arrones, había algunos más, pero la verdad no lo recuerdo, y otros grupos y personas habían hecho el milagro de crear una afición a una música muy minoritaria que hizo poner en común la experiencia de rescatar músicas olvidadas que de otra manera se habrían perdido. 

Aquello me enganchó y me pase los años que duró el Festival Folk de Tarifa intentando, sin conseguirlo, que me coincidieran las vacaciones para poder asistir. Nunca lo conseguí, así que, a ver si alguien se anima y se empieza a organizar otra vez que tengo ganas de asistir. 

A pesar de no haber podido coincidir nunca con el Festival, mis vacaciones se llenaban de asistencias a ensayos, sobre todo de Almadraba y de otro grupo del que no recuerdo el nombre donde estaba mi buen amigo Francisco Ponce. Me ha gustado encontrar en Youtube un vídeo de los primeros, que podéis ver en este link interpretando un chacarrá . 
 
Yo, por mi parte seguía intentando montar diversos grupos en Badia del Vallès, donde residía por aquellas fechas, que no tenían más éxito que alguna actuación dispersa en el mejor de los casos, pero que en su conjunto poco supusieron para mí. 

 Poco a poco fui dejando de lado la música, en parte por la falta de interés de la gente por la música tradicional y en parte por mi propia falta de interés y la adquisición de nuevas responsabilidades, como casarme, tener hijos y esas cosas, que pesaban más que intentar saber qué clase de música me gustaba. 

La verdad es que la música dejó de interesarme durante un tiempo, cansado de oír una y otra vez las mismas tonadas, los mismos sonsonetes y la locura de sacar discos como churros para venderlos de igual forma a un público cada vez menos exigente con la calidad. 

 Siempre mantuve un interés por músicos como Paco de Lucía, Triana, Alameda, Leonard Cohen y algunos más, pero eso era todo, mi antigua locura por oír música a todas horas o intentar, por todos los medios a mi alcance, hacer música se habían perdido. 
 

Lo que voy a escribir a continuación no tiene mucho que ver con Tarifa, pero sí conmigo y creo que vale la pena que lo escriba. 

Allá por finales de los ochenta y principios de los noventa trabajaba yo en una empresa situada en Granollers, a una media hora de camino de mi casa. Siempre que ha sido posible he preferido comer en casa que quedarme en el trabajo y comer en un restaurante. así que cada día, en las dos horas de que disponía recorría los veintipico kilómetros que me separaban de casa y, normalmente, salía de vuelta al trabajo sobre las tres de la tarde.  

 Un buen día descubrí un programa en Radio 3 en el que oí algo que me interesó más allá de llenar de ruido el recorrido y ayudarme a mantenerme despierto y no darme un morrón con el coche. 

Diálogos 3, que así se llamaba el programa, y sobre todo su presentador Ramón Trecet recuperaron mi interés por la música. Recuerdo que Trecet, que fue depurado junto con otro buen número de buenos profesionales de la radio y la televisión por el primer gobierno de Zapatero, decía «de la música que se edita en el mundo tan sólo un dos por ciento tiene atención mediática, la mejor música está en el otro noventa y ocho por ciento, solo hay que buscarla». 

De Ramón Trecet aprendí a apreciar mucha música pero, sobre todo, a saber que existe música buena, bien elaborada, música fantástica que no circula por los canales habituales, que no tiene fronteras y que nunca se escuchará por la radio o la televisión. 

https://www.youtube.com/watch?v=DyiuqDtmj_gActualmente soy un gran seguidor de la música de fusión y me da igual que tipo de fusión sea. 
 
Diálogos 3 me descubrió a artistas y grupos tan sobresalientes como Elefhtería Arvanitaki o Dulce PontesAra Dinkjian,   Phil Cunninganla Armenian Navy Band y Arto Tumboyaciyan, Death Can DanceSezem Aksu (en el link con Aris Alexiou, también remarcable cantante griega), ClannadMadredeusMarizaNor DarHaig Yazdjian… y tantos otros artistas desconocidos por la inmensa mayoría y que tan y tan buena música hacen. Algunos de ellos han encontrado un cierto éxito en los años transcurridos desde entonces pero la mayoría sigue siendo anónimos. 
 

Aprendí, escuchando a Ramón Trecet que la música es algo tan universal que no tiene tiempo ni fronteras, que da igual si estás escuchando un canto gregoriano, una canción tradicional de Uganda o una pieza clásica de Mongolia, da igual, la música tiene que hacerte sentir algo, si no lo hace es tan solo «el menos molesto de los ruidos» como decía Napoleón, si lo que oyes no altera tu estado de ánimo no vale la pena. 

 Cuando acabó, con gran pesar para mí, Dialogos 3, seguí buscando por mi cuenta (bendito internet).  
 
Soy un gran aficionado a la música griega, a la turca, a la árabe, al blues, al rock, al jazz, a la música francesa, a la española… por supuesto, adoro el flamenco bien hecho (no el flamenqueo), la inglesa, la escocesa, la irlandesa y la escocesa son sobrecogedoras, la música de los países nórdicos es poderosa, la música armenia es dulce y nostálgica…  toda la música bien hecha vale la pena 
 
He encontrado en ese buscar a grandes instrumentistas como Mohini Dey, que a sus veintitrés añitos es una de las mejores bajistas de la historia, al menos para mí, Bela Fleck y los Flecktones, creedme si os digo que hay mucho más que una fusión entre el Jazz y el Bluegrass, Horacio «el negro» Hernandez, genial batería, Michael Camilo y tantos otros, músicos tan geniales como el indio A.R, Rahman, que pocos conocen y  que, sin embargo, tiene dos Oscars y un Grammy, amén de un sinfín de premios «occidentales» más. 
 
Yo descubrí a A.R. Rahman a través de un portal de un conservatorio, si es que se puede llamar así, concretamente a partir del Indian Ensemble de la universidad de Berklee, este link os lleva a una de mis piezas favoritas de este artista, interpretadas por la Indian Enseble, tan conocido en la India como ignorado en Occidente, también podéis encontrar en la interpretación artistas tan notables como Annette Philip (no os dejéis engañar por el nombre, es india) al piano, los arreglos y la producción o a Layth Al Rubaye al violin (Jordania) junto con otros grandes artistas de todas las procedencias y es que eso es también algo que me encanta de la fusión, que no solo se da en la música o los instrumentos, también se da entre las personas.  
 
La verdad es que últimamente escucho bastante música de fusión india y pakistaní, fusión que se hace con el Jazz, el Rock, el Funky…  
 
Me encanta la música que nos llega desde Turquía de Taksim Trío, de The Secret Trío o de Hüsnü Şenlendirici, genial clarinetista, incluso he encontrado con gran alborozo flamenco turco y no suena nada mal. 
 
En fin, creo que me estoy enrollando como una persiana. No es, ni mucho menos, que me haya dejado de gustar la música de aquí, me encanta Patax, aquí tenéis una versión «muy nuestra» del Billie Jean de Michael Jackson, y muchos otros, me encantan el bolero, Serrat, Sabina, el tango, el fado, el Rock, la canción española (la bien hecha, como la de Martirio, por ejemplo), lo que ocurre es que hay un momento para todo, como para escuchar esa pieza maestra que es Zyryab del añorado maestro Paco de Lucía interpretado por un grupo del mismo nombre compuesto por un francés de Marsella, un libanés de Beirut y un catalán de Barcelona.  
 
Tenéis links por todo el post por si queréis perder un rato viendo las locuras con las que disfruto más que un guarro en una charca. 
 
Supongo que a alguno de los que leéis El Grafema Impaciente no os resultarán desconocidos algunos de los músicos que os propongo, pero para otros quizás sea un descubrimiento, espero que os guste y si no, que se le va a hacer, ya me perdonareis, pero bastante gente que conozco me dice que soy «raro», así que ya lo tengo asumido. 

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